Salgo hastiado de la dejadez, la desmotivación y el empeoramiento que dan un cúmulo de motivos asociados a la larga edad. Transcurro entre la lluvia una cantidad de kilómetros que acrecentan mi sueño, mi hambre y mi pereza. Pero de repente, me veo inventando ejercicios con disfraz de juego, y siendo reclamada mi atención por unos enamos que orgullosos me cuentan lo valientes que son, por haberse superado. Otros trepan por mi espalda, y mientras la calma me alivia el cansancio, y la alegría alivia mi pereza. Me pregunto en qué bendita hora les enseñé el juego de trepar por el árbol. Y ese árbol se llama Miguel.
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